Desde su experiencia en Libélula, ¿cómo evalúa las estrategias de descarbonización y transición climática que están adoptando las principales empresas minero energéticas en el Perú?
El sector está en una fase de aceleración, pero [aún] con heterogeneidad. Las empresas más maduras ya están definiendo metas de Net Zero y alineando sus gastos de capital a la taxonomía verde. Sin embargo, en el grueso del sector, todavía predominan las acciones aisladas de eficiencia energética o pilotos de energías renovables.
El compromiso de transformación se evidencia y es impulsado en las empresas con exposición a mercados de capitales internacionales (como Londres o Nueva York) o en las empresas que se adhieren a organizaciones globales como el Consejo Internacional de Minería y Metales (ICMM), donde el riesgo climático y el reporte de las presas de relaves son obligatorios. Las empresas peruanas deben pasar de medir a integrar la descarbonización como un pilar de su competitividad a largo plazo.
La minería usa agua y el cambio climático está alterando su disponibilidad. ¿Qué mejores prácticas están implementando las empresas líderes para ir más allá de la eficiencia hídrica y desarrollar una gestión del agua resiliente y regenerativa?
Las empresas líderes están enfocándose en la “resiliencia de cuenca”, un enfoque que implica ir más allá del cuidado interno para convertirse en gestores activos del recurso hídrico a nivel territorial. En esta línea, destacan prácticas como el uso intensivo de agua de mar desalinizada, lo que reduce la presión sobre las fuentes de agua dulce; la inversión en infraestructura natural y soluciones basadas en la naturaleza, como la reforestación de cabeceras de cuenca y la recuperación de humedales, con el fin de asegurar la disponibilidad hídrica futura; y el uso compartido de infraestructura, que permite a las compañías compartir tecnologías de recirculación y tratamiento con otras industrias y comunidades, generando así valor social y fortaleciendo su licencia operativa.
La transición energética global aumenta la demanda de minerales como el cobre, pero también la presión sobre los territorios. ¿De qué manera una gestión climática robusta puede convertirse en una herramienta clave para construir una relación de confianza más sólida y duradera con las comunidades locales?
En el Perú, donde el riesgo físico del cambio climático — sequías, escasez hídrica y lluvias extremas— es especialmente alto, las comunidades perciben sus efectos de forma directa e inmediata. En este contexto, el riesgo climático se convierte también en un riesgo social que afecta la continuidad de las operaciones mineras. Por ello, la gestión climática se vuelve una herramienta clave para generar confianza y fortalecer la relación entre empresa y territorio.
Ser una empresa agente de resiliencia implica pasar de gestionar impactos internos a convertirse en un aliado activo de la adaptación territorial, asegurando la resiliencia de cuenca mediante inversiones en soluciones basadas en la naturaleza, como la reforestación de cabeceras o la recuperación de humedales, que mejoran la disponibilidad hídrica local.
Más allá de los riesgos, ¿qué oportunidades está generando la acción climática para las empresas del sector?
La acción climática está abriendo dos grandes líneas de negocio: Autosuficiencia y Productos de Valor Agregado. La autogeneración de energía mediante la inversión en plantas solares y eólicas instaladas en el propio sitio de operación permite reducir los costos operativos a largo plazo y garantizar un suministro estable, al tiempo que se evita la exposición a la volatilidad de los precios de los combustibles fósiles.
Finalmente, una transición efectiva requiere nuevas capacidades. ¿Están las empresas invirtiendo lo suficiente en capital humano para gestionar estos nuevos desafíos? ¿Observa una brecha de talento?
Existe una brecha de talento crítica. Las empresas invierten en capacitación general, pero no lo suficiente en la especialización técnica necesaria para la transición hacia la descarbonización y la resiliencia, que se enlacen con la estrategia del negocio.
En primer lugar, es central la inversión en conocimiento y capacidades sobre cómo las variables de clima y naturaleza pueden impactar materialmente en los objetivos del negocio (financiero, compliance, talento, innovación y nuevos mercados), e incorporarlas en el análisis de riesgos físicos y transicionales, decisiones de inversión, establecimiento de metas y reporting, hasta el nivel de Juntas Directivas.
A nivel técnico, esto pasa por la inversión en capacitación en tres áreas: la integración de la ciencia de datos y machine learning en la modelación climática de activos (riesgo físico) aplicada a la evaluación de riesgos; la ingeniería de economía circular y el enfoque de huella de carbono de producto y procesos para soluciones de optimización de recursos (por ejemplo, para residuos recuperados de relaves, llantas, automatización y digitalización) que deriven en innovaciones y eficiencias operativas; y, en la gestión financiera del carbono y de la naturaleza, que permita la monetización de los servicios ecosistémicos y la financiación de proyectos de descarbonización.
Aquellas empresas que inviertan en la formación de “traductores de sostenibilidad aplicada” — profesionales que conecten la ciencia del clima y la naturaleza con la estrategia financiera, operativa y de innovación de la empresa— obtendrán una ventaja competitiva decisiva.



