La historia del petróleo es, en esencia, la historia de la civilización moderna. Y es también el título de una de las obras más influyentes para conocer los orígenes de la industria global de los hidrocarburos. Con ella, Daniel Yergin, historiador, consultor y actual vicepresidente de S&P Global, ganó el Premio Pulitzer y es considerado como el “sabio de la energía”, según el Wall Street Journal. Publicada en 1990, sus primeros capítulos nos transportan a los albores de una revolución que transformaría radicalmente la economía mundial, las relaciones internacionales y la vida cotidiana de la humanidad.
La era prepetrolera y la crisis del aceite de ballena
El relato de Yergin comienza en las colinas boscosas de Pensilvania, donde un grupo de visionarios, aventureros y empresarios dieron vida a una industria que hoy mueve el mundo. En las décadas previas a 1859, la iluminación de los hogares, calles y establecimientos comerciales dependía casi exclusivamente del aceite de ballena. Este valioso fluido, extraído del cráneo de cachalotes, no solo proporcionaba una luz más brillante y limpia que las velas de sebo, sino que también servía como lubricante para las máquinas de la incipiente revolución industrial. Sin embargo, esta dependencia generaba graves problemas: la caza indiscriminada estaba llevando a las poblaciones de ballenas al borde del colapso, los precios del aceite se disparaban año tras año, y las flotas balleneras debían aventurarse en viajes cada vez más largos y peligrosos.
Fue en este contexto de crisis energética donde varios inventores y científicos comenzaron a buscar alternativas más viables. Los experimentos con combustibles derivados del carbón y alquitrán mineral mostraban resultados prometedores, pero ninguno tan revolucionario como el descubrimiento del químico canadiense Abraham Gesner. En 1854, Gesner patentó un proceso para destilar queroseno a partir del carbón bituminoso, creando así un combustible de iluminación más barato, eficiente y menos contaminante que el aceite de ballena. Este invento, aunque significativo, tenía una limitación fundamental: seguía dependiendo del carbón como materia prima, un recurso cuyo transporte y procesamiento encarecía el producto final.
El pozo de Drake
La verdadera revolución comenzó cuando George Bissell, empresario y visionario, tuvo una intuición genial: si el queroseno podía producirse a partir del carbón, quizás podría obtenerse de forma más económica directamente del petróleo que brotaba naturalmente en ciertas regiones de Pensilvania. Bissell reunió a un grupo de inversionistas para formar la Pennsylvania Rock Oil Company (más tarde rebautizada como Seneca Oil Company) y contrató a Edwin Drake, un exconductor de ferrocarril sin formación técnica, pero con mucha perseverancia, para que investigara la posibilidad de extraer petróleo mediante perforación, usando las técnicas para la extracción de sal.
Lo que ocurrió el 27 de agosto de 1859 en Titusville, Pensilvania, marcó un punto de inflexión en la historia económica mundial. El pozo de Drake, que alcanzó petróleo a solo 21 metros de profundidad, demostró que era posible extraer el crudo de manera sistemática y en cantidades comerciales. La técnica innovadora de Drake —el uso de tubería de hierro para evitar derrumbes en el pozo— se convertiría en el estándar de la industria durante décadas. La producción inicial de 15 a 20 barriles diarios puede parecer insignificante hoy, pero su impacto fue inmediato y trascendental.
En cuestión de meses, la noticia del descubrimiento desató una fiebre sin precedentes. Miles de buscadores de fortuna llegaron a la región del Oil Creek, transformando su tranquilo paisaje en un frenético campo de perforaciones. Las poblaciones locales vieron cómo sus tierras, antes de escaso valor agrícola, se convertían en fuentes de riqueza instantánea. La producción de petróleo en Pensilvania creció exponencialmente: de unos pocos miles de barriles en 1859 a más de tres millones en 1862, y seguiría aumentando en los años siguientes.
El nacimiento de un mercado
Sin embargo, este crecimiento explosivo trajo consigo problemas considerables. La industria naciente carecía de regulación, infraestructura y conocimientos técnicos básicos. Los métodos de extracción eran primitivos y peligrosos, los incendios y explosiones eran frecuentes, y el desperdicio de petróleo era enorme. El transporte del crudo presentaba dificultades particulares: inicialmente se usaban barriles de madera que se cargaban en carretas tiradas por mulas hasta las estaciones ferroviarias más cercanas. Este sistema era lento, costoso e ineficiente, lo que generaba enormes fluctuaciones en los precios.
La falta de técnicas adecuadas de refinamiento era otro obstáculo importante. Las primeras refinerías eran operaciones rudimentarias que a menudo producían queroseno de baja calidad con alto riesgo de explosión. A pesar de estos problemas, la demanda de queroseno para iluminación crecía sin cesar, tanto en Estados Unidos como en los mercados europeos. El petróleo de Pensilvania comenzó a exportarse a gran escala, especialmente después de la Guerra Civil estadounidense, cuando la industria pudo aprovechar la expansión del sistema ferroviario y la creciente red de transporte marítimo.
Rockefeller y la revolución de la eficiencia
En medio de esta coyuntura, una figura emergería para transformar radicalmente la industria: John Davison Rockefeller. Nacido en 1839 en Nueva York, Rockefeller comenzó su carrera como contador en Cleveland, donde tuvo su primer contacto con el negocio del petróleo como inversionista en una pequeña refinería. Lo que distinguía a Rockefeller de sus contemporáneos era su comprensión profunda de que el verdadero valor en la cadena petrolera no estaba en la extracción —sujeta a la volatilidad de los precios y la sobreproducción— sino en el refinamiento y la distribución de la mercancía.
Cuando fundó Standard Oil en 1870, Rockefeller implementó una estrategia de integración vertical sin precedentes en la historia empresarial. Compró refinerías competidoras, negoció acuerdos con los ferrocarriles para obtener tarifas preferenciales, invirtió en el desarrollo de oleoductos más eficientes, e incluso adquirió bosques para asegurar el suministro de barriles de madera. Su obsesión por la eficiencia y la reducción de costos llevó a Standard Oil a controlar más del 90% del refinado de petróleo en Estados Unidos hacia 1880.
Los métodos de Rockefeller generarían eventualmente una reacción política que culminaría con la Ley Sherman Antimonopolio de 1890 y la posterior disolución de Standard Oil en 1911. Sin embargo, su legado en términos de organización industrial, control de calidad y economías de escala establecería los parámetros para toda la industria petrolera del siglo XX.
La expansión global y la transformación tecnológica
Mientras la Standard Oil consolidaba su dominio en los Estados Unidos, el petróleo comenzaba su expansión como commodity global. Las exportaciones de queroseno a Europa crecieron exponencialmente, especialmente después de que las compañías petroleras desarrollaran técnicas más seguras para el transporte marítimo del combustible. En Asia, el queroseno estadounidense encontró un mercado masivo, desplazando a los aceites vegetales tradicionales utilizados para la iluminación.
Sin embargo, hacia finales del siglo XIX, la industria enfrentaba el advenimiento de la electricidad, que amenazaba con hacer obsoleto su principal producto, el queroseno para la iluminación. Fue, entonces, cuando una serie de desarrollos tecnológicos inesperados salvaron a la industria petrolera. La invención del motor de combustión interna por Nikolaus Otto en 1876, y su posterior adaptación para vehículos automotores por Karl Benz y Gottlieb Daimler, creó una demanda completamente nueva para un derivado del petróleo que hasta entonces se consideraba un subproducto: la gasolina.
Este giro tecnológico coincidió con descubrimientos geológicos cruciales. El gigantesco yacimiento de Spindletop en Texas, que comenzó a producir en 1901, no solo multiplicó la capacidad de producción estadounidense, sino que demostró que existían enormes reservas petroleras fuera de Pensilvania. Estos desarrollos aseguraron que el petróleo mantendría su posición como recurso estratégico fundamental en el siglo que comenzaba.
La narración de Yergin muestra cómo, en el lapso de apenas 50 años, el petróleo pasó de ser una curiosidad geológica a un insumo clave que definiría la geopolítica del siglo XX. Esta transformación fue posible gracias a una combinación única de innovación tecnológica, visión empresarial y circunstancias históricas favorables. Los pioneros como Drake, los empresarios como Rockefeller y los inventores como Otto, cada uno en su ámbito, contribuyeron a crear una industria que no solo satisfacía necesidades energéticas, sino que también redefinía las relaciones de poder a escala global. Al comprender estos orígenes, podemos entender mejor el papel que los hidrocarburos tienen en la configuración del mundo que ya surca la era de la digitalización. A fines del 2024, Yergin publicó un audiolibro de su obra y un prólogo en el que narra con voz propia las lecciones que deja a más de 30 años y la continua relevancia de la energía, la geopolítica y la economía.