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Jesús Arias Dávila: legado y corazón de un minero pionero

A 100 años de su nacimiento, el fundador de Minera Poderosa es una inspiración para las nuevas generaciones de mineros. Visionario, solidario y profundamente humano, dejó una huella imborrable en el sector. A poco del centenario de su nacimiento, su legado sigue vivo.

Jesus Arias Davila Poderosa

Jesús Arias Dávila heredó de su padre el amor por la tierra y sus riquezas. Nació el 19 de diciembre de 1924, en Cerro de Pasco, en el seno de una familia minera. Desde niño, jugaba entre los socavones y desde muy joven ya trabajaba en ellos. Pero su vida cambió drásticamente. 

Con el fallecimiento de su padre —Agustín Arias Carracedo, un inmigrante español que echó raíces en el Perú y descubrió Antamina—, asumió responsabilidades en la cantera de cal Cut Off para sostener a su familia, postergando sus sueños académicos para asegurar el futuro de sus hermanos menores. Para él, la educación era “la base para el crecimiento personal y del país”.

Aunque nunca cursó estudios universitarios, Jesús Arias se definía como un hombre “ingenioso, no ingeniero”, y que estudió en la “Universidad del Perú”. Así, no solo fundó empresas como Compañía Minera Poderosa, Compañía Minera San Ignacio de Morococha (SIMSA) y San Valentín, sino que también promovió un modelo de minería responsable y sostenible. Él veía en la minería no solo un medio para extraer recursos de la tierra, sino un como un catalizador para construir escuelas, carreteras y centrales hidroeléctricas que impulsaran el desarrollo local. 

En palabras de su nieta, Jimena Sologuren, subgerente de Responsabilidad Social y Comunicaciones de Minera Poderosa: “Transformar la riqueza mineral en oportunidades de desarrollo y bienestar era su propósito, y sigue siendo nuestro norte en Poderosa. Una mina no es una empresa cualquiera, es el trabajo de miles de trabajadores, es el aporte al Perú, especialmente en las comunidades más alejadas, a través del canon, a través de sus tributos”.

Minero de corazón

Desde obreros hasta altos ejecutivos lo recuerdan como un hombre que inspiraba confianza y mostraba un genuino interés por quienes lo rodeaban. Anécdotas como la donación inmediata de materiales para construir un colegio o su participación activa en eventos mineros ilustran su compromiso con las personas.

Dedicó su vida a garantizar que otros tuvieran la oportunidad de estudiar. En la zona de Campamento Chino, de San Ramón (Chanchamayo), financió la construcción de una escuela primaria que lleva su nombre y mantuvo un apoyo constante en favor del colegio María Auxiliadora de La Merced y de Chosica, facilitando recursos para construir aulas, canchas deportivas, laboratorios y hasta para realizar viajes. 

Su cercanía con universidades como la Pontificia Universidad Católica del Perú y la Universidad Nacional de Ingeniería consolidó su visión de que el conocimiento técnico y científico era clave para el desarrollo minero del país. 

Tampoco temía a los retos. Montado a caballo o a pie, Arias recorrió los Andes centrales en busca de nuevos yacimientos. Fue el primero en utilizar tecnología satelital en el Perú para detectar recursos mineros y su fascinación por los apus lo llevó a respetar y valorar las montañas como fuente de vida.

Arias no concebía el éxito sin el desarrollo integral de su entorno. Su creatividad e ingenio lo llevaron a implementar proyectos como la planta de jugos Selva, que aprovechó las frutas que antes se malograban debido a las deficientes carreteras, permitiendo generar empleo y valor agregado en una región históricamente olvidada. También promovió talleres ambientales, apoyó la reforestación y alentó a las comunidades a encontrar soluciones sostenibles para sus necesidades. 

Un legado vivo

El amor de Arias por la minería trascendía las operaciones, convirtiendo cada proyecto en un motor de desarrollo para las comunidades más alejadas del Perú. La frase “el poder del esfuerzo conjunto” —recuerda su nieta— resume su mirada: ayudar, sin regalar, sino empoderando a las personas para que logren sus objetivos. 

“Siempre buscaba ver cómo podía ayudar al que estaba cerca, pero ayudaba a que tú lo lograras. Te doy el material, pero ahora tú construyes. Eso marca mucho la pauta de lo que hoy llamamos responsabilidad social”, explica Sologuren.

El cariño que generó en sus trabajadores quedó plasmado en poemas y canciones que celebran su liderazgo y calidad humana. Desde “Minero de corazón” hasta valses como “Hoy que estás en la gloria”, celebran su entrega y espíritu pionero. Jesús Arias no solo lideró empresas; cultivó una gran familia laboral. Eventos como pachamancas, partidos de fútbol y convivencias fortalecieron los lazos entre sus empleados, quienes lo consideraban no solo un jefe, sino un mentor y amigo. 

“Él siempre creía en la forma de sacar las cosas adelante, incluso en los momentos más críticos. Nos enseñó que una mina es el trabajo de miles de personas y que debemos cuidar su impacto en el país”, recuerda Sologuren.

Con eventos conmemorativos, libros y muestras fotográficas que recogen su vida y obra, el legado de Jesús Arias Dávila permanece como un ejemplo de liderazgo responsable y amor por el país. “Yo creo que a él le debe gustar cómo lo recordamos: como una persona inspiradora, que salió adelante solo, y muy dedicada a su familia. Mi abuelo era un minero de corazón y yo creo que así le gustaría ser recordado”, concluye Sologuren.